miércoles, 29 de julio de 2009

El valor de la enseñanza

Quizás lo primero que recuerdo de ti era el valor que siempre le entregaste al aprender y al aprehender lo aprendido.
Recuerdo ahora, cuando el tiempo ha pasado, que siempre me dijiste que debía ser más y mejor que mi padre; así como él logró aquello que para ti estaba vedado. Y déjame decirte que ese prospecto me persiguió toda la vida. ¿Cómo iba yo a superar a mi papá? ¿Cómo iba a lograr yo sobrepasar las metas que tan hábilmente alcanzó mi progenitor?
Y ahí me ponía a analizar cómo llegaste del campo a la capital, tú que cuando chico ibas a la escuela descalzo, tú que al no encontrar un trabajo que te acomodara te pusiste a fabricar y vender jabones, y que gracias a ellos te pudiste ir a Talcahuano a trabajar de eléctrico. Cómo de cuando llegaste a Santiago te fuiste a la aviación, te casaste, criaste a cuatro hijos y mantuviste una hermosa casa que todavía añoro.
Y después me ponía a analizar del cómo mi papá recorrió el mundo, llevando en sus vuelos a líderes mundiales, cargando con el peso de una gran compañía en sus hombros.
¿Cómo iba yo a superar aquello?
Pero ahora, ya mayor, recién licenciado, me doy cuenta que no era de cantidad de lo que me hablabas en tu mayor enseñanza, sino de la calidad que debía lograr, y el respeto y el cariño que uno le diera a su trabajo que tanto dignifica como solías recalcar.
Ahora soy profesor y soy feliz de serlo, y me siento digno de llevar mi título a todos lados, porque siento que así me doy el respeto que merezco junto al cariño con que espero que mis alumnos puedan recordar mis clases, sobre todo al recordar que mi camino se inició con un niño que llegaba a su escuela descalzo en el campo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

qué puedo decir ante tan sublime belleza (la belleza de lo simple no tiene comparación); excelente.